Ya para nadie es un secreto el pleito ranchero entre los
árbitros mexicanos y el rojinegro Matías Vuoso. Hace pocas semanas, traté
ampliamente la ineptitud de los árbitros al cobrar cuentas pendientes al
delantero de los Zorros, concretamente Miguel Chacón, en el juego entre Atlas y
León.
Hace apenas una semana, otra vez el tema fue Vuoso y el
arbitraje, aunque esta vez todo se lo marcaron a favor, incluidos dos penales
que no debían ser señalados. Ahora fue el otro Chacón, Francisco, en una más
que desafortunada coincidencia.
Y como la tercera es la vencida, los elementos para analizar
el motivo que habrá tenido Antonio Pérez Durán para no ir al manchón penal tras
la clara, nítida, inobjetable y evidente zancadilla de Reynoso al mismo Matías,
ya no me dejan lugar a dudas: Le abrieron comanda a Vuoso por los dos clavados
del sábado pasado, y le entregaron la cuenta el domingo en el Omnilife.
Además de estos hechos acumulables, no sólo de este torneo,
sino de varios atrás, hay una estadística escalofriante que no podemos dejar
pasar. Matías Vuoso es el jugador en la liga mexicana que más faltas comete por
partido, sean sancionables o no. También en innumerables ocasiones, ha cometido
graves faltas sobre sus rivales, que los árbitros no han atinado a sancionar
con la merecida tarjeta roja. Ignoro de dónde les habrá salido la conciencia de
todo esto, pero están confundiendo gravemente la información que reciben, que
les permitiría ser más acertados en sus apreciaciones, en lugar de convertirse
en simples jueces y verdugos de una ley que nace debajo de su calzoncillo.
Vamos aceptando que Vuoso es un tipo problemático, que
merece la atención detallada de los equipos arbitrales, y que en muchas más de
las veces que podrían ser aceptables, se sale con la suya con trampas o patadas
violentas que no se castigan. El asunto es que si el partido pasado le marcaron
un penal que no era, no hay motivo válido para dejar de sancionarle el
siguiente fin de semana, uno que sí fue.
No es de mi total agrado lo que voy a exponer a
continuación, pero es una crítica más a la calidad de instrucción que reciben
nuestros árbitros. Para esto, vamos a remontarnos a mi época como dirigente de
los árbitros de Jalisco.
Cuando un árbitro me contaba alguna mala experiencia con un
jugador o director técnico de la Tercera o Segunda División, siempre le
proponía la siguiente reflexión: “A los amigos, justicia y comprensión; a los
enemigos, simple, pura y llana justicia”.
¿Qué quiere decir esta fumada metafísica? Muy fácil. Si nos
encontramos un equipo, jugador o entrenador que es leal, no da problemas, es
respetuoso y amable con los árbitros, existe la posibilidad, dentro de los
márgenes de la justicia deportiva, de dispensarle algunas concesiones en hechos
aislados. Tolerar un reclamo, inclinar el color de la tarjeta a la amarilla
cuando podría ser roja, pero queda dudosa, y casos por el estilo. A los
enemigos, al contrario. Si hay un jugador que constantemente trata de engañar,
que es mala leche, que reclama e insulta, la consigna era clara, al estilo
Giuliani: Cero tolerancia. Pero ojo, cero tolerancia no significaba inventar
faltas, anular goles absurdos o dejar de señalar penales del tamaño de una
casa.
A Pérez Durán no le explicaron que Vuoso fue culpable de
engañar a Chacón en el Atlas vs Veracruz, no en el Clásico Tapatío. ¿Quieren
hostigar a Matías, señores del silbato? Amonéstenlo a la tercera falta que
cometa, el reglamento se los permite y lo más seguro es que eso suceda en el
primer tiempo. ¿Quieren castigar al “Toro”? Amonéstenlo en la primera barrida
temeraria que cometa, nuevamente el reglamento está de su lado. O qué tal estar
bien atentos y mostrarle la amarilla cada que simule una falta. Si Paco Chacón
lo hubiera aplicado, Vuoso ni jugaba el domingo por haber sido expulsado
después de dos clavados.
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