Después de varios minutos observando la pantalla vacía, sigo
sin encontrar una palabra que defina lo que sucedió en el tema arbitral el
sábado pasado en el Jalisco. Atlas y Veracruz tuvieron uno de los arbitrajes
más polémicos y plagados de errores de los últimos años. En una actualidad
arbitral como la mexicana, la probabilidad de que sucedan caos como éste es muy
alta; lo que me llena de incredulidad y sorpresa, es que el responsable de todo
esto haya sido el que considero mejor árbitro de México: Francisco Chacón.
Vamos por orden cronológico: La primera decisión
contundente, es la expulsión del atlista Flavio Santos, al minuto 19. Es jugada
aparatosa, imprudente del delantero rojinegro, pero desde mi punto de vista,
sin las agravantes de brutalidad requeridos para una roja inobjetable. Como
Chacón no dispone de la repetición, ni de la toma lateral, muy distinta a su
perspectiva dentro del campo, pasamos este “error” a la categoría de
comprensible, y hasta permitido, porque al final es una cuestión de
apreciación.
Menos de 10 minutos después, viene la primera intervención
decisiva de su asistente 1, el internacional Juan Joel Rangel. Reyna desborda a
la defensa atlista, que le comete una falta, centímetros afuera de la línea del
área penal. Rangel sigue el protocolo para indicar que la falta es dentro, y
Chacón, con plena confianza en su asistente, lo avala. Otra jugada muy brava
para el equipo arbitral, que nuevamente se resuelve con muchas dudas. Vamos
otra vez a dar el beneficio de la duda a Rangel y Chacón, ya que incluso las
repeticiones televisivas no son absolutamente claras.
Ocho minutos después del penal para Veracruz, viene el
terror de los árbitros: el síndrome de la compensación. El futbolista más
perseguido de la liga, el que más faltas comete y al que menos quieren los
silbantes, se mete al área escuala, forcejea con Jiménez en buena lid, pero se
afloja como esponja, y Chacón le compra el teatro. Penal para el Atlas,
cortesía de nada más ni nada menos que Vicente Matías Vuoso. Aquí,
desafortunadamente para todos los fanáticos de Francisco Chacón (entre los que
me cuento), no hay defensa. Incluso en su mímica aduce que el visitante sujeta
con ambos brazos al delantero, pero ni siquiera cerca estuvo de atinar en eso.
Paco, las cámaras desnudan, acuérdate.
Un par de jugadas más tarde, Vuoso la vuelve a hacer.
Desborda dentro del área nuevamente a Jímenez, que barre muy lejos de la pierna
del argemex. Con esa natural cualidad para engañar que ha desarrollado, abre el
compás un metro para patear la pierna del tiburón y actuar su caída. Clavadazo,
falta, lo que quieran, pero nunca penal. Chacón se la volvió a comprar, aunque
Bravo se encargó de devolver la mercancía defectuosa a la tribuna.
Cuando apenas se acomodaban los equipos en el segundo
tiempo, tocó el turno a Miguel Chua, asistente 2, de contribuir en el concierto
de errores. Pase filtrado a la banda derecha para Reyna, que está un metro
adelantado. Desborda, hace una faena y sirve al colombiano Martínez para el 1-2
parcial. Grave error del asistente, que tampoco tiene defensa, mucho menos
porque estaba bien ubicado y con Reyna a dos metros de él.
Poco después llega el tercer gol visitante y parecía que se
sentenciaba el juego en favor de los Tiburones. Vuoso, el villano tramposo de
esta película, se presenta en el marcador, esta vez de manera legítima, para
poner el 2-3 a 15 minutos del final.
Cuando la presión del Atlas era mayor sobre el arco de
Melitón, Ayala se hace expulsar, correctamente, en lo que parecía la debacle
rojinegra. Quedaban cinco minutos de juego y los nueve zorros jugaban contra 11
tiburones.
Al minuto 93 con 55 segundos (se añadieron 4), al estilo de
la NFL, una falta apenas pasando medio campo de Veracruz, es lanzada a la
desesperada hacia el área visitante a ver qué pasa. Lo que pasó fue que en una
primera “peinada”, el balón queda a merced de Omar Bravo, que deja en Rivera
para lograr el agónico empate a tres goles. ¿Pero qué creen? Bravo estaba en
claro fuera de lugar. Otra vez no hay defensa ni excusa que valga para Rangel,
porque equivocarse en un fuera de juego a balón parado es imperdonable.
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