¿Cuántas veces hemos escuchado, o incluso vociferado, este
“insulto” a un juez deportivo? Ya sé que les llevo como mil años de ventaja,
porque a mí personalmente me lo deben haber dicho más de una vez por partido, y
si le ponemos número a las veces que me he puesto el uniforme, serían algo así
como 1,000. El asunto es que esta frase lleva implícita la supuesta corrupción
de un árbitro que ha recibido dinero, o cualquier otra forma de remuneración
ajena a sus honorarios oficiales, por beneficiar a determinado equipo.
Lo he dicho en círculos íntimos y varias veces en público y
por escrito, que yo sigo metiendo las manos al fuego por la honorabilidad de
los árbitros, al menos los de Primera División, en el sentido de que no conozco
ningún caso de corrupción, como la que señalo en el párrafo anterior.
Desgraciadamente, en categorías muy inferiores del futbol profesional, y mucho
más en ligas de aficionados, sé de varios casos en los que hubo dinero de por
medio para modificar el resultado de un partido. Pero como esto no es una
denuncia de lo que he visto y sabido, sino una reflexión de otro tipo de
corrupción económica que SÍ cometen los árbitros de la máxima categoría
mexicana, vamos dejando en paz a la Tercera División y a la Liga Regional de Ahualulco,
para centrarnos en nuestra devaluada liga local.
Todo este asunto de los árbitros vendidos me lo inspiró la
designación de Jorge Antonio Pérez Durán en el partido Cruz Azul vs América. Si
creían que se me iba a olvidar, con el argüende de la selección, el penal que no le marcó a Vuoso,
la supuesta grabación con Gasso, y el “apoyo” de su Comisión que lo repitió la
semana después en Tijuana, estaban muy equivocados. Por el simple hecho de
fallar en la jugada del Clásico Tapatío, era motivo de congeladora por unos dos
juegos; pero no, lo premiaron.
Vamos dejando de lado la profunda indignación que esto me
produce, porque seguir criticando a la Comisión de Arbitraje cada que se arma
un numerito como éste, es tirar las palabras a la basura. Lo verdaderamente
escandaloso es en lo que han convertido a los silbantes mexicanos. Con mucha
pena, pero honrando a las gloriosas excepciones que no han caído hasta el fondo
de este abismo, nuestros árbitros se han dejado corromper por las nuevas
“reglas del juego”, que les garantizan sus necesarias designaciones semanales
que los mantienen en su trabajo.
No puedo ignorar el hecho de que 20,000 pesos por partido
dirigido es un aliciente lo suficientemente grande, como para tratar de
mantener su nombre en las listas cada semana (o los 10,000 de los asistentes y
cuarto árbitro). Habría que conocer el caso particular de cada elemento, para
saber qué tanta es la necesidad de preservar este ingreso, pero en lo general,
incluyendo los 15,000 pesos mensuales fijos que reciben TODOS en la Primera
División, ya se trata de un salario mayor al del 80 por ciento de los mexicanos
(según cifras muy poco sustentadas científicamente por su servidor, pero
seguramente muy cerca de la realidad). Y como por desgracia, la capacidad,
conocimientos, habilidades y demás características personales y profesionales
de los árbitros, no les permitirían tener salarios similares en otra actividad,
se entiende de alguna manera lo que sucede. Y ojo, entender no quiere decir que
esté de acuerdo.
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