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martes, 30 de abril de 2013

Fair Play en el tablón


Este complejo concepto del Juego Limpio ya lo hemos tocado otras ocasiones en este espacio, normalmente vinculado a situaciones que suceden en la cancha; en otra ocasión tuvo que ver con la labor del comunicador deportivo, y esta vez nos vamos a trasladar a la tribuna, para reconocer un hecho que merece ser contado, reconocido, imitado y felicitado. Se trata de la afición de los virtualmente descendidos Gallos de Querétaro, que dieron una cátedra de apoyo a su equipo el domingo en el Omnilife de Guadalajara.

Alrededor de 2,000 fieles miembros de la hinchada queretana llegaron desde temprano al coloso de El Bajío en Zapopan. Su equipo, tras el resultado en Puebla, estaba prácticamente condenado al infierno del descenso. Su presencia, pero mucho más su apoyo que se prolongó desde una hora antes del encuentro, hasta media hora después, es una muestra de amor incondicional a un equipo que les ha dado más tristezas que alegrías en los últimos años.

Un desolado Omnilife fue testigo del empuje permanente de una afición descendida, que al igual que los jugadores de su equipo, dejó el alma en su cancha, la tribuna, ese lugar donde se han construido unos sueños imposibles, y derrumbado sus realidades cotidianas.

La afición queretana pesó como tal vez nunca había visto el del teclado pesar a un grupo de seguidores. Sus Gallos dominaban el partido a placer, empujados por 2,000 corazones y 4,000 pulmones adicionales; cuando los visitantes pierden a Gonzalo Pineda por expulsión, el aliento creció y el dominio en la cancha se convirtió en goles. Parecía que en el campo se materializaba un jugador imaginario que suplió al expulsado.

Contrario a lo que sucede en el intermedio de los partidos, la banda queretana siguió cantando y alentando. Se aferran a ser de Primera, no dejan de aprovechar un solo minuto de “awante” en liga mayor, así se les vaya la vida tras 200 minutos de apoyo incondicional.

Sus gritos de gol resonaron en el estadio como si fueron ellos los 15,000 seguidores locales, y no la minoría empujada a una esquina superior. Así hubieran estado a un kilómetro del Omnilife, hubieran opacado cualquier resistencia rojiblanca en el tablón.

No podemos olvidarnos de un mal que está presente en nuestra nueva cotidianidad futbolera: la violencia, ésa que aflora en momentos de dolor y adversidad. El elogio más grande que le puedo hacer a este grupo de bravos gallos de pelea, es alabar que no sucumbieron ante la salida fácil de desahogar su pena con golpes, lanzando objetos o atacando a seguidores rivales. Llevaron como única arma su potente voz, un corazón a prueba de balas y la pasión desbordada por un equipo que, al igual que ellos en la tribuna, dejó TODO en la cancha, en una muestra de amor propio casi epopéyica.

El próximo sábado se despedirán temporalmente de la Primera División. Estoy seguro que pronto volverán, porque por más esfuerzos que hayan hecho otras directivas por hundir a su equipo, los miles de gallos de pelea que los siguen a todos partes a donde van, los impulsarán de regreso al lugar que se merecen.

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