Ocurrió en un país lejano, una historia de su liga de futbol
y los árbitros que la dirigían. Resulta que un domingo cualquiera, la
Federación de Futbol de ese país se deslindó de la organización de la liga
profesional de Primera División, para que se hiciera autónoma, al estilo de los
ingleses. La autonomía resultó ser un cuento guajiro, ya que el anterior
Secretario General de la Federación, Ignacio de Jesús, se convertía en el nuevo
Presidente de la Liga. Su segundo de a bordo, Manrique Pinilla, también había
sido dirigente de la Federación, al igual que el 75 por ciento del nuevo
organigrama de la Liga.
Los árbitros seguían perteneciendo a la Federación, la cual
proveía del servicio referil a la Liga, como si fuera una relación comercial
simple, al estilo del abarrotero que surte mercancía a un restaurant.
En principio, a pesar de que los nuevos dirigentes de la
Liga simplemente se habían cambiado de razón social para seguir manejando la
Primera División, la separación con los árbitros tenía un fondo acertado.
Todo quedó en eso, en una buena intención, ya que el señor
Pinilla, Director de la Liga, tenía voz y voto dentro de las decisiones que
tomaba la Comisión de Arbitraje, presidida por Ramón Padilla (no era el
anterior presidente de los árbitros, el exfutbolista, aunque sus nombres se parecían). El asunto es
que una vez más, se demostraba que la supuesta autonomía era una charada.
Los árbitros de este lejano país, que tenían fama en el
mundo de ser de los mejores, atravesaban una severa crisis de formación,
instrucción y liderazgo. Un silbante internacional, Marco Espejel, movía todo
en el gremio, ante la complacencia de Padilla.
Las críticas de los medios, aficionados, entrenadores y
jugadores, se volvió insostenible para los jerarcas futboleros del país, que
eventualmente decidieron dar de baja a Padilla, junto con su jefe de
instructores, el llamado “Algebráico” Gómez.
Los detractores más feroces del régimen arbitral festejaban
la salida de la planilla dirigencial, al momento que hacían sus pronósticos de
quién sería el idóneo para sustituir a Padilla. Gerardo “Médico” Abascal, Presidente
en una ocasión anterior; otros árbitros retirados, pero que por sus ocupaciones
y buenos salarios en los medios de comunicación, no estarían tan interesados en
tomar esa papa caliente, eran los nombres que se barajaban.
La ilusión de un cambio favorable se fue al pozo, cuando se
filtró la dupla que se haría cargo de la Comisión de Arbitraje. ¿Se acuerdan
del señor Manrique Pinilla, exempleado de la Federación, actual Director de la
nueva Liga, “miembro del Consejo” de la Comisión de Arbitraje? En lo que parecía
un paso hacia ningún lado, menos para adelante, Pinilla se convertía en el
nuevo patrón arbitral. En menos de un año, había sido dirigente de la
Federación, luego de la Liga “autónoma”, y nuevamente volvía a la nómina del
máximo organismo balompédico nacional.
En el cargo de instructor, en lugar del “Algebráico”,
llegaba Eduardo Masso. Exárbitro internacional, catalogado en el Top 5 de los
peores árbitros de todos los tiempos. Su mejor carta de recomendación para un
puesto en la Comisión, era la apenas aceptable labor que había realizado su
señor padre años atrás en el mismo organismo. Si ese señor no había demostrado,
en su larga y apadrinada carrera, los tamaños de un gran árbitro, cómo diablos
pensaban que podría enseñar a los nuevos silbantes a ser mejores.
La historia, con respecto a lo que se vivió en la era de
Ramón Padilla y “Algebráico” Gómez, no cambió ni un centímetro. Las lealtades
del nuevo Presidente pertenecían a los dueños del balón, los propietarios de
equipos, esos mismos que en alguna ocasión le dijeron a Padilla que mejor se
siguieran equivocando los silbantes, para aumentar el rating de las televisoras.
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