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martes, 27 de agosto de 2013

El árbitro también juega

Esta semana sucedió una jugada un tanto rara para un partido de futbol. Resulta que un jugador del Atlas, en su partido del sábado contra Pumas en el Estadio Jalisco, se encontró con un doceavo participante que jugó, involuntariamente, en favor de los universitarios. Me explico. Como ya es costumbre, con todo y lo reciente del partido, no tengo ni idea de quién fue el atlista que disparó a la portería de Palacios, que en el camino del balón al arco, encontró la humanidad del árbitro, Alfredo Peñaloza, que desvió el tiro hacia afuera del campo.

Tal vez recuerden que tengo un hijo adolescente, atlista hasta la médula, que de inmediato me denunció el robo que había sufrido su equipo; que el árbitro tiene la culpa de todo y locuras de ese tipo. En su ignorante pasión, también me exigió que se marcara saque de esquina, porque el tiro iba a gol (ya se imaginarán que todo lo que hacen los árbitros en la cancha es culpa mía, especialmente cuando juega el Atlas). Y como también ya estarán acostumbrados de que por cualquier detalle me inventó 600-700 palabras, aquí viene mi reflexión al respecto.

En las Reglas de Juego, se establece claramente que el árbitro es parte del juego activo cuando interactúa con el balón o los jugadores. Puede ser que el redondo lo golpeé, o que incluso tenga contactos físicos con los jugadores, provocando modificaciones a los cursos de las jugadas. ¿Cuántas veces no hemos visto a un silbante tan cerca de la jugada, que los jugadores lo tienen que esquivar, o hasta burlar? ¿Y qué tal las paredes y hasta asistencias de gol por un rebote involuntario?

Lo que sucedió en el Jalisco es una acción contemplada en las normas futboleras. Reglamentariamente, el árbitro no pertenece a ningún bando, por más obvio que pueda leerse, pero al igual que mi atlista en casa, muchos podrían creer que la reanudación de este hecho debía ser saque de esquina. Pues no es cierto. El último jugador en tocar el balón antes de que saliera del terreno, fue un atlista; ergo, saque de meta. Si bien el árbitro modifica el curso de la jugada, es un ente neutro dentro del campo. Al igual que los postes de la portería o los banderines de las esquinas.

Aprovechando que me queda espacio, les cuento una anécdota que me sucedió hace ya un montón de años. Era un partido de una liga de aficionados en Guadalajara, de ésas con mercenarios y muy buen nivel. Después de señalar una falta en medio campo, un jugador que se sintió muy vivo, pateó muy despacio el balón para que me pegara en el tobillo y, según él, ponerlo en juego para conducirlo hacia la meta contraria. La marqué tiro libre indirecto por jugar el balón dos veces seguidas, sin que interviniera antes otro compañero o un rival.

Técnicamente hablando, eso que le hace tanta falta a los árbitros en día, es un error considerado grave. Por la notable ausencia de capacitación eficaz, sumada a la aburguesada costumbre de los jueces de hacer honor a su mote de “centrales”, es cosa de todos los días ver cómo corren sin sentido para alejarse del flujo de la jugada, muchas veces sin éxito.

Un árbitro tiene que encarar las acciones de juego siempre desde la parte exterior del flujo del balón y los jugadores. La tan mentada diagonal es eso, llegar desde un costado a la jugada, no alejarse de ella desde el centro. Los balonazos a los del silbato, más los empellones con los jugadores, son más frecuentes de lo deseado.

Para el anecdotario quedara esta acción de Peñaloza, que envidiarían el mismo Pikolín, Reynoso o Cufré.

Colofón:
Si no fuera por Peñaloza, hubiéramos tenido una entrega más de Misterios del Juego Limpio. Omar Arellano, de Monterrey, privilegió continuar una jugada de gol, que afortunadamente terminó en eso, en lugar de canjear una falta clara de Yarborough por un penal en su partido ante León. Y al igual que en la última ocasión que publiqué algo al respecto, Paul Delgadillo se sacó también un diez al otorgar la ventaja que culminó en el tanto de Suazo. ¡Bien por Arellano y Delgadillo!

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