En términos arbitrales, el trapo es la bandera de los
asistentes. Sí tiene tintes peyorativos, no se puede ocultar, aunque lo escribo
con mucho respeto y cariño por un implemento que me acompañó en el 70 por
ciento de mi carrera arbitral. De hecho, en coyuntura con una noticia de este
fin de semana, me viene a la mente una anécdota que me contó Silverio Gómez, un
destacado asistente internacional jalisciense. Cuenta el “bandera” que, en la
final entre Celaya y Necaxa de hace como 200 años, Alberto García Aspe (sí, ése
que era directiva de Pumas hasta hace dos días) le reclamó un señalamiento de
la siguiente manera: “Ya vas a empezar a joder con tu trapito”. La respuesta no
fue muy amable, algo que tenía que ver con su fracaso reciente en River Plate,
pero no la recuerdo completamente, ya saben que me falta oxigenación en la
memoria de vez en cuando.
El caso es que en la jornada 5 de nuestro Apertura 2013, los
portadores de tan noble y leal accesorio, dieron algunas notas muy
interesantes.
Vamos a concentrarnos en un partido con tres decisiones muy
malas de los asistentes, y uno más con una joyita de concentración y ubicación.
Empezamos, por orden cronológico, con la debacle textil en el Estadio Azul del
sábado.
El primer gol de Cruz Azul a Chivas, es un fuera de juego
tan grande como las tormentas que han azotado los estadios mexicanos en las
últimas semanas. No se trata de una jugada apretada, no hay “tráfico” de
jugadores que estorben la visibilidad, no es a velocidad de la luz, ni aporta
ningún otro pretexto que pueda excusar al asistente de su error. Lo peor del
caso es que se trata de uno de los
auxiliares más respetados y exitosos de la actualidad, el mundialista Marvin
Torrentera. Joao Rojas estaba por lo menos un metro adelantado, y Torrentera se
encontraba por lo menos otro metro desfasado de la línea que debe cuidar, por
lo que la perspectiva lo llevó al error flagrante.
En la segunda parte, Juan Carlos Salinas, que no tiene, ni
tendrá, el nivel de su compañero de banda, mancilló a su preciado trapo con dos
precipitaciones dignas del futbol aficionado, mas no de la Primera División. El
asunto es muy simple. Cuando un jugador rival juega el balón deliberadamente
hacia un contrario que se encuentra en posición de fuera de juego, no puede ser
sancionado por ello.
Una desconcentración por partido es tolerable, puede ser un
parpadeo, una distracción inoportuna, pero no se puede repetir. Juan Carlos
Salinas levantó dos veces su trapo cuando los defensores rojiblancos
habilitaban a un cementero con pases directos. En la primera ocasión, Roberto
García Orozco, en otro error manifiesto, avaló el señalamiento de su compañero,
a pesar de que se encontraba lo suficientemente cerca de la jugada para notar
el pase del defensor.
En la segunda ocasión, García Orozco estaba más atento que
su compadre Salinas, le ordenó que recogiera su bandera, la hiciera rollito y
la quitara de su vista, para dar por bueno el tercer gol de los azules, con el
que sentenciaron el partido. Una gran pena fue lo que sucedió con los acompañantes
del árbitro en este partido, que fallaron ostensiblemente en su labor
primordial, que es la de juzgar y señalar las jugadas de fuera de juego.
Unas horas más tarde, en el Estadio Jalisco, Miguel Ángel
Hernández, asistente número 2 en el partido en Atlas y Pachuca, se aventó una
joya de asistencia arbitral.
En lo que parecía el empate para Atlas por ahí del minuto
75, Hernández pilla a Omar Bravo adelantado por centímetros. La repetición de
la jugada incluso es engañosa, ya que, al igual que cuando un asistente no está
en línea y compromete la perspectiva, el plano de la cámara hace ver que no es
fuera de juego.
Con la indudable ventaja de la repetición en cámara lenta, y
con una pequeña dosis de colmillo, se puede apreciar en las líneas de corte del
pasto, que en efecto Omar Bravo se encuentra más cerca de la línea de meta que
al menos dos adversarios, cuando le centran el balón.
Ahora, vayamos a la defensa de todos los asistentes, incluso
de Torrentera y Salinas. Las jugadas de fuera de juego se juzgan y señalan, o
dejan de señalar, en fracciones de segundo. No hay otra oportunidad para
analizar, pedir un consejo o deliberar con los compañeros. Es el momento de
máxima soledad del asistente, cuando decide si levanta el trapo o no.
No hay comentarios:
Publicar un comentario