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martes, 16 de octubre de 2012

El arbitraje, mal necesario


No, no se rayó el disco. Sí, ya sé que he dado mucha lata con este tema últimamente, pero cuando no es en los campos profesionales, es en un sábado cualquiera de Copa Coca-Cola, que se evidencia una vez más, lo poco que les importa el arbitraje a los organizadores de cualquier competencia futbolística.

Esta ocasión me tocó la oportunidad de acompañar a mi hijo “postizo” a su debut en la XV Copa Coca-Cola, en su etapa estatal en Jalisco. Su equipo de secundaria es una de las 5,000 escuadras que compiten en todo el país por la gloria nacional, y un viaje a la Copa Confederaciones Brasil 2013.

Es muy satisfactorio vivir de cerca los nervios de los chavos que vuelven a un torneo, porque aunque sea su tercera participación, siempre afloran los nervios y esas ganas de patear el balón cuanto antes. Hay algunos que hasta se enferman, pero cuando es momento de ponerse el uniforme y saltar a la cancha, todo se olvida. Es casi como su Copa del Mundo, y así la enfrentan, con responsabilidad, pero también con mucha ilusión y alegría.

En un torneo de este tipo, es común ver las canchas con gran presencia familiar de los jugadores, que le da un toque más festivo a la competencia. Los equipos, sus entrenadores y sus porras, lo toman con la seriedad que se debe tomar un torneo nacional, sin perder de vista el espíritu formativo, de convivencia y fomento al deporte, pero con el deseo al máximo por ganarlo.

Estos sentimientos festivos que acompañan a los participantes, dentro y fuera de la cancha, se opacan muy fácilmente cuando nos damos cuenta de algunas carencias graves en la organización. Una de ellas, la elección de los jueces que dirigirán los partidos de esta etapa estatal.

La crítica en este sentido es para los que deciden la calidad de arbitraje que ofrecerán a los equipos, no para los silbantes en sí, porque ellos al final no tienen la culpa de sus propias carencias; simplemente es que hay diferentes tipos de árbitros, para diferentes tipos de competencias.

Si estamos hablando del torneo juvenil más importante del país, que ya va por sus quince ediciones, con 5,000 equipos y 90,000 jugadores, es triste ver que la calidad del arbitraje es inversamente proporcional a la relevancia de la Copa.

El árbitro en turno del partido que observé, mostró demasiadas limitaciones. Desde su uniforme de tres colores (camisa roja, short negro y medias grises), el síndrome del agente de tránsito (pita TODO, hasta los saques de banda más claros), hasta su limitado conocimiento de las reglas y criterios básicos, tanto en procedimientos como en calificación de faltas.

Un ejemplo muy claro de la interpretación que dan este tipo de silbantes empíricos, que seguramente no han leído el libro de reglas más de una vez en los últimos diez años, es lo que sucedió en un saque de banda. El jugador del equipo que en ese momento se encontraba en ventaja en el marcador, tardó demasiado en reanudar el partido. Después de tres señales del árbitro para que lo hiciera, silbó determinado. Algunos esperábamos la tarjeta amarilla por retardar la reanudación del juego, pero en una escena más del Valijas, que de la copa juvenil más importante de México, el de colores ordenó cambio de bando en el saque. Lo mejor de todo fue que nadie protestó y el juego continuó sin problema alguno. También el conocimiento del juego fue directamente proporcional de jugadores y asistentes, al arbitral. Pero ellos no están obligados a saberlo, el del silbato sí.

Quiero insistir en que la crítica no es para el árbitro en turno, que cuando abandoné las instalaciones, estaba por comenzar su tercer partido en fila. Es para quien contrata el servicio, y en su caso, para el dirigente de estos árbitros, que manda con triplete seguido al juez (al menos eso es lo que vi) a un importante torneo nacional.

A sus escasos 14 años, con una noción arbitral limitada, mi hijo “postizo” fue claro en sus apreciaciones: “Este árbitro muy mal, nunca nos dio la ley [sic] de la ventaja, y cuando la dio, la perdimos luego luego y nos metieron el gol para perder”. Ni más ni menos, esa fue la tónica del trabajo arbitral, que si bien no influye directamente en el marcador, deja mucho que desear en su calidad.

Mientras las personas de pantalón largo sigan encontrando en los honorarios de los árbitros el lugar para recortar el presupuesto, seguiremos viendo trabajos de una calidad correspondiente a la inversión. No se trata de contratar árbitros profesionales para la Copa Coca-Cola, pero en Guadalajara hay cuando menos cinco agrupaciones arbitrales de primer nivel que harían un excelente trabajo, y tampoco cobran una millonada. Simplemente lo justo, lo que se merecen los chavos, que se levantan de madrugada en sábado para disputar el torneo más importante de sus vidas.

¿Es mucho pedir que los organizadores les correspondan a su entrega y pasión con arbitrajes de mejor calidad? Yo digo que no.

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