Hace ya algunas semanas que no teníamos una jornada tan
lamentablemente mal arbitrada como la 11. Hubo de todo, como en botica, pero
las palmas se las lleva el niño consentido de la Comisión, Roberto García
Orozco, con la chambonada del penal que se tragó enterito sin masticar sobre
Raúl Jiménez.
Para que un horror arbitral se magnifique, debe ser
trascendental para el marcador. Los casos más contundentes son goles
invalidados, o validados, incorrectamente; apenas unos centímetros más atrás,
vienen los penales mal señalados y los dejados de marcar, y por último los
jugadores que debieron ser expulsados y posteriormente en el partido son
decisivos para anotar un gol que determine el marcador.
Es cierto que el hecho de no señalar un penal aún deja
latente la posibilidad de que se falle, pero no por eso deja de ser un error
grave. Esta gravedad toma mayor relevancia si ya es un síntoma recurrente de la
labor arbitral de cada semana. Lo de Roberto García Orozco el sábado en el
Azteca es, por sí solo, uno de los errores más ridículos que hemos visto este
torneo.
Si existiera una clasificación de la claridad de una falta
que se debe marcar como penal, tendríamos los 100 por ciento indiscutibles, los
que se merecen el beneficio de la duda al árbitro y los que podrían marcarse o
no, sin que hubiera muchos problemas. La jugada del defensor potosino sobre el
americanista Raúl Alonso Jiménez, ni siquiera llega al 100 por ciento
indiscutible, es más que eso, hasta alguien que no estuviera viendo la jugada
la marcaba, así de clara fue.
¿Por qué no se señaló ese penal al minuto 94, que
hipotéticamente sería el gol del triunfo águila sobre San Luis? Pues porque al
señorito García Orozco no se le pegó la real gana de marcarlo. Es más, en su
afán de limpiarle con la amonestación a Jiménez, dizque por el piscinazo,
terminó por embarrar toditita la cajeta que tiró en el área visitante.
Lamento mucho no tener una explicación mucho más
fundamentada y técnica, pero no hay manera de encontrarla. Roberto estaba a cinco
metros de la jugada; perfecta posición en diagonal para observar el desarrollo
del juego; nadie le tapaba la visibilidad, y la falta fue del tamaño del
Estadio Azteca, multiplicado por 10. En jugadas así, cuesta muchísimo creer en
errores involuntarios, pero como eso es tan difícil de comprobar, nos vamos a
quedar con que García Orozco simplemente “no la vio como penal”.
Pocas horas después del escándalo en el Azteca, Fabricio
Morales estuvo a punto de determinar un partido con un penal mal otorgado al Atlas,
en su juego contra Santos. En este caso hay muchas más atenuantes para que la
crítica sea menos severa, pero al final de cuentas, se demostró que fue un
error grave de apreciación de Fabricio.
Debo reconocer que en primera instancia, por televisión, estuve
de acuerdo con el criterio arbitral. Una vez analizada la repetición, lo que
hace Brizuela es irse de frente contra Baloy, que incluso había dado un paso
atrás para evitar el contacto con el delantero rojinegro, estrellarse en la
muralla panameña y caer fulminado.
El problema en esta jugada es nuevamente la correcta
ubicación del árbitro, que no debió haber fallado con los elementos que tuvo a
su alcance en el campo visual. Aunque tenía un poco más de tráfico que en la
jugada del América, no tuvo obstáculos para apreciar el lance con claridad. Ya
he escrito en ocasiones que no es lo mismo ver una falta o un gol desde el
ángulo inclinado de la televisión, que a nivel de cancha. Normalmente cuando la
televisión desnuda un error arbitral, es porque el juez no dispone del mismo
ángulo que una cámara; en esta ocasión, sucede al revés. La televisión engaña,
pero la colocación a la misma altura que los jugadores, jugaba en favor de
Fabricio, que se equivocó.
Salinas y Darwin le compusieron la plana al árbitro para
lograr la remontada lagunera, por lo que el penal marcado pasó de escándalo a
anécdota.
Los grandes árbitros se hacen en momentos de tensión, en
momentos en los que hay que ser certeros, cuando una decisión significa mucho
más que tres puntos, no en faltitas intrascendentes a medio campo o con
expulsiones más claras que el agua.
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