Bien dicen que a los amigos hay que tenerlos cerca, pero a
los enemigos todavía más; se supone que es más fácil defenderse, pero en la
Comisión de Arbitraje, en concreto los árbitros, tienen a su peor enemigo en un
supuesto aliado de la Federación. ¿Sí adivinaron? Pues claro, es la Comisión
Disciplinaria.
Y sigue la mata dando con los secuaces de Eugenio Rivas. La eterna
discusión, con argumentos abrumadoramente válidos, en contra de sus
intervenciones para hacer justicia de escritorio, seguirá como el conejito,
hasta que se les acabe la pila eterna que los impulsa a revocar decisiones de
los árbitros, tomadas durante los partidos.
En esta ocasión fue el turno de Jorge Rojas y Francisco
Chacón, de pasar al banquillo de los acusados. Independientemente de que las
decisiones que tomaron en sus respectivos juegos hayan sido correctas, apenas reglamentariamente
fundamentadas o errores notorios, la Disciplinaria no tiene el derecho de
juzgar jugadas de apreciación, a menos de que la evidencia sea indiscutible,
sin lugar a ninguna duda razonable. Y ni en Pachucha ni en Guadalajara sucedió
lo anterior.
El sábado, en el encuentro entre Tuzos y Gallos, Jorge Rojas
determina expulsar al defensa local Paulo da Silva, por una entrada muy fuerte
sobre Antonio Gallardo. La fuerza que utiliza el jugador paraguayo para
disputar el balón es desmedida, y constituye una acción que se puede castigar
con tarjeta roja si el árbitro así lo estima. Si se tardó Rojas, si le
avisaron, si se confundió o el pretexto que quieran, el caso es que al final
expulsó al infractor por juego brusco grave. Las repeticiones televisivas no
ofrecen un plano en donde, de manera indiscutible, se compruebe que no existe
falta sancionable en la acción.
Lo que sí se puede apreciar sin ninguna duda, es que la jugada
sucede justo sobre la línea del área penal, lo que significa una pena máxima en
favor de equipo que recibe la falta. ¿Por qué no ordenan que se ejecute el
penal, si se dieron cuenta que el árbitro se equivocó? Ya sé la respuesta, no
es lo mismo, ni está reglamentado, pero creo que es muy buen ejemplo para
demostrar lo absurdo que es decidir en lugar del árbitro, desde la comodidad de
su sala de juntas.
El domingo, Nicolás Bertolo de Cruz Azul, hizo todo lo
humanamente posible para que Paco Chacón lo expulsara al reclamar una jugada de
manera excesiva y grosera, aunque sólo se llevó una amonestación. Minutos más
tarde, en una jugada brava dentro del área, Bertolo cae tras disputar el balón
con Ponce. La pirueta que se tira en el aire para caer fulminado, de primera intención,
sí parecía simulación. Una vez que aparecen las repeticiones, además de la
maniobra circense del argentino, se aprecia un pisotón muy fuerte sobre el
tobillo del rojiblanco.
Como es costumbre mía al ver futbol, trato de fijar mi
atención en detalles que me permitan formar mi criterio respecto a una acción, pero
nunca vi que Chacón reanudara con el brazo en alto, para señalar tiro libre
indirecto (así se reanuda tras una simulación). Por lo menos el de este
teclado, se queda con la duda razonable del motivo de la segunda amonestación.
El escueto comunicado de la Comisión Disciplinaria no
explica nada. Simplemente dice que fue una decisión manifiestamente errónea de
los árbitros y deben anularse los castigos de los jugadores.
En la Final de la Conferencia Nacional del domingo en la
NFL, sucede una jugada aparentemente muy clara de un pase incompleto de los
Halcones de Atlanta, marcada como completo por los oficiales, que es desafiada
por el entrenador de San Francisco. Todos pensábamos que se anularía el pase
completo al revisarse la repetición, pero como dice el reglamento, si no existe
una evidencia incuestionable que desmienta la decisión primaria, no hay cambio
en la “llamada”. Y no lo hubo, ya que los oficiales no pudieron estar 100 por
ciento seguros del error en el juicio inicial. Así es como debe de funcionar,
especialmente si disponen de días enteros para emitir sus resoluciones, y no
sólo de algunos minutos por tener un juego en curso.
Nuevamente son los árbitros apuñalados por la espalda por
sus compañeros de la Disciplinaria. Con estas ridículas sanciones de
escritorio, lo único que provocan es que a los silbantes no se les respete, ni
a ellos mismos en la Comisión, por su desfachatez para hacer y deshacer a su
antojo, las sagradas letras de un informe arbitral.
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