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miércoles, 2 de marzo de 2011

Se acabó el respeto

Les voy a contar una historia que sucedió hace muchos, muchos años. Fue en algún momento de la primera mitad de la década de los años 80. León recibía al Gudalajara en el Nou Camp de la capital cuerera. Después de una decisión del árbitro en su contra, el arquero de Chivas, Javier “Zully” Ledezma, le lanzó el balón al nazareno. El veredicto de la Comisión Disciplinaria fue implacable: Pena máxima de seis partidos en la congeladora, que en aquellos años aplicaba para una conducta de este tipo.

Va otra similar, más reciente y de la que existe mayor documentación. Fue en 1998, iniciaba el Torneo de Invierno de ese año y Pumas recibía al Guadalajara en CU. Felipe Ramos Rizo expulsa por insultarlo a Cristian Zermatten, jugador argentino de los universitarios, quien molesto le propina un cabezazo en el mentón al silbante. Otra vez, el veredicto de la Comisión Disciplinaria fue implacable: Pena máxima de un año de suspensión por agredir al árbitro.

Diciembre de 2010. Román Medina expulsa a Rubens Sambueza de Estudiantes en un juego amistoso de pretemporada. Prácticamente la misma historia que con Ramos Rizo y Zermatten, pero esta vez la sanción es de cinco juegos de castigo, que se pagaron incluso dos de ellos en otras cascaritas que organizó la UAG.  Y el último caso que sirve como introducción a la reflexión esta ocasión, fue el protagonizado por Paul Delgadillo y Osvaldo Martínez, en el Atlas vs Monterrey del sábado anterior. La sanción de tres juegos, uno por “faltar el respeto al árbitro” y dos más por “insultos con lenguaje soez”, es, por decir lo menos, ridícula.

¿En qué momento dejaron de aplicarse los reglamentos? ¿En qué momento se convirtió un balonazo intencional en una falta de respeto? ¿Cómo fue que empujar con el pecho al árbitro y amagarle un cabezazo ahora vale 5 juegos de suspensión, en lugar de 8, 10 o hasta el año que marca el reglamento por agresión?

Conforme pasan los años, el respeto por la autoridad del árbitro ha sido vilipendiada por todos los demás actores de nuestro futbol. La Comisión Disciplinaria se convirtió en el lugar donde los reglamentos de sanciones se interpretan al ritmo que marca el equipo afectado. La Comisión de Arbitraje es presidida por el hombre más noble de nuestro balompié (por lo menos eso dice todo mundo de Aarón Padilla), y al mismo tiempo más incapaz para dirigir a los árbitros.

El Consejo de Dueños gasta cientos de millones de pesos y de dólares en la selección y en mantener su minita de oro, pero no son capaces de competir en salario con las televisoras, que tienen a su servicio a las últimas grandes joyas de nuestro arbitraje, que podrían dirigir el gremio (los Brizio en Televisa, Ramos Rizo en ESPN, Alcalá en TVC). Y el que está libre, Archundia, no le cae bien al propio Padilla y en un descuido, los gringos se lo llevan a dirigir su arbitraje, ofreciéndole mucho dinero, y hartas prestaciones para su familia.

Es preocupante esta falta de interés y respeto por el desarrollo del arbitraje, pero lo más triste e indignante, es que los propios árbitros están cayendo en el juego. Una anécdota más para ejemplificar esto. Bruno Marioni, en ese tiempo en Pumas (2006), le prende tremendo pelotazo a Miguel Chacón en un partido en San Luis. El árbitro lo expulsa, pero al redactar la cédula hace un desastre, inventa causas de expulsión y al final el perjudicado fue él porque dejó de aparecer en Primera División por más de un año. La bronca es que el desastre lo escribió influido por los “consejos” de Antonio Marrufo, que buscaba evitarse una bronca con los Pumas. ¿Qué tal? Por eso no debe extrañarnos tanto, que los árbitros ya se curen en salud al escribir un informe, para que no los vayan a castigar.

Ahora resulta que a uno lo agreden y además tiene que hacer maromas para que el castigo no sea severo y se mantenga en actividad. ¿Quieres ser designado Paul? Escribe algo leve que no afecte a nadie y listo. Y saben qué, funcionó, porque todos los integrantes del equipo arbitral de ese partido repiten esta jornada en Primera División.

Es triste, se acabó el respeto para los árbitros, pero lo más grave es que ya es aceptado por ellos mismos. Han perdido la dignidad. Los jugadores saben que los pueden insultar y agredir, sin ser debidamente castigados. Sus dirigentes a los únicos que cuidan son a sus puestos y jugosos salarios, sin importarles la profesión. De los dueños y presidentes, mejor ni gastar el teclado, los árbitros son un mal necesario que hay que tener bien controlados para que siga fluyendo el negocio. Contra esa filosofía, prácticamente no hay nada que hacer. Lástima.

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