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martes, 11 de junio de 2013

Largo y sinuoso camino

“Quiero ser árbitro de Primera División”, “quiero ser árbitro internacional”, “quiero dirigir un Mundial”. Éstas eran las respuestas más comunes que daban los aspirantes a árbitros en Jalisco, previo al inicio del curso de 2001, cuando el instructor encargado de las admisiones entrevistaba a la nueva generación que buscaba carrera con el silbato o la bandera.

El proceso de selección para iniciar el curso no era muy riguroso, aceptaban prácticamente a todos, sin importar la edad, género, conocimientos arbitrales, experiencia o constitución física. Sería un año de entrenamientos, charlas, prácticas en cancha, y sólo al final se harían las evaluaciones más estrictas para escoger a los nuevos árbitros de Jalisco. Comenzamos como 50; a las pruebas finales llegamos poco más de 30, y pudimos ascender al futbol profesional únicamente 13. Hoy, 12 años después, quedan DOS árbitros en activo, y apenas para la temporada 2013-2014 habrá un asistente en Primera División. El otro que permanece es árbitro en Liga de Ascenso, con algunas esporádicas apariciones como cuarto árbitro en Primera División, pero más por necesidad y escasez de elementos, que por ser miembro de la plantilla estelar.

El nombre de Javier Santacruz Romo no les debe de sonar ni poquito. Tiene 12 años vagando por las divisiones inferiores del futbol mexicano. Llegó a la Liga de Ascenso hace cuatro años ya, donde destacó en ambos lados de la balanza; en ocasiones por grandes decisiones, en otras, por errores notorios. Para su fortuna, fueron muchas más las buenas que las malas, que por fin le rindieron el fruto deseado: Primera División.

Así como existe el caso de éxito de Santacruz, que se despidió de la categoría de “plata” en la final por el ascenso entre Neza y Veracruz (perdón, La Piedad, bueno, es lo mismo ¿no?), también están las historias de las carreras de otros 11 compañeros suyos de generación que nos fuimos perdiendo en el correr de los torneos. Unos antes, en la misma Tercera División; otros más avanzados en Segunda (la mayoría), y los más dramáticos, los que se fueron por cuestiones ajenas a su capacidad, en el umbral de la Primea División (Luis Manuel Rivera, destinado a ser el mejor asistente de México en pocos años, que se fue por esas vendetas políticas tan desafortunadas en la Comisión de Arbitraje, por ejemplo).

Si ser árbitro de cualquier tipo, ya sea aficionado o profesional, es de lo más complejo que pueda existir, alcanzar la Primera División es cuestión de mucha capacidad, pero también de mucha suerte y un poquito más. La carrera de Santacruz, por ejemplo, estuvo a punto de terminar prematuramente por rencillas con el terror de los silbantes de Ascenso, Gonzalo González, que se dedicó a tronar a varios, simplemente por el gusto, o más bien disgusto, de sus capacidades personales, nunca por sus actuaciones dentro de la cancha. Lo sobrevivió y cumplió la primera parte de sus sueños. Con 32 años, está en el límite para buscar un lugar en la lista internacional en los próximos tres años y aspirar a una carrera fuera de nuestras fronteras.

Esperar 12 años para alcanzar la cúpula de cualquier trabajo podría verse como mucho o poco tiempo, depende del cristal con que se mire. Si añadimos a la ecuación arbitral que la edad del retiro es 45 años, y no 65 como en cualquier otro trabajo tradicional, esos dos sexenios persiguiendo la máxima categoría son una eternidad.

Llegar a la Primera División no significa que ahí se mantendrá los próximos 13 años. Como en un elevador, para que puedan subir algunos al piso siguiente, otros se tienen que bajar para hacer espacio. Lo mismo sucedió en este receso; para que se diera el brinco del “Grillo”, como le llaman los cuates a Santacruz, tuvo que rodar al menos una cabeza, aunque fueron más las que se desprendieron y eso lo trataremos en un futuro no muy lejano.

Para su servidor, miembro de esa generación, ver a un compañero en Primera División es motivo de felicidad y orgullo por un lado; por el otro, una mezcla de nostalgia y coraje, por tantas carreras perdidas en el anonimato, que nunca llegaron a la meta.

Éste es el camino que tiene que recorrer un árbitro desde el curso hasta la Primera División; para la mayoría de los que llegan, muy largo y sinuoso. Y así como llegan, se van.

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