“Quiero ser árbitro de Primera División”, “quiero ser
árbitro internacional”, “quiero dirigir un Mundial”. Éstas eran las respuestas
más comunes que daban los aspirantes a árbitros en Jalisco, previo al inicio
del curso de 2001, cuando el instructor encargado de las admisiones
entrevistaba a la nueva generación que buscaba carrera con el silbato o la
bandera.
El proceso de selección para iniciar el curso no era muy
riguroso, aceptaban prácticamente a todos, sin importar la edad, género,
conocimientos arbitrales, experiencia o constitución física. Sería un año de
entrenamientos, charlas, prácticas en cancha, y sólo al final se harían las
evaluaciones más estrictas para escoger a los nuevos árbitros de Jalisco.
Comenzamos como 50; a las pruebas finales llegamos poco más de 30, y pudimos
ascender al futbol profesional únicamente 13. Hoy, 12 años después, quedan DOS
árbitros en activo, y apenas para la temporada 2013-2014 habrá un asistente en
Primera División. El otro que permanece es árbitro en Liga de Ascenso, con
algunas esporádicas apariciones como cuarto árbitro en Primera División, pero
más por necesidad y escasez de elementos, que por ser miembro de la plantilla
estelar.
El nombre de Javier Santacruz Romo no les debe de sonar ni poquito.
Tiene 12 años vagando por las divisiones inferiores del futbol mexicano. Llegó
a la Liga de Ascenso hace cuatro años ya, donde destacó en ambos lados de la
balanza; en ocasiones por grandes decisiones, en otras, por errores notorios.
Para su fortuna, fueron muchas más las buenas que las malas, que por fin le
rindieron el fruto deseado: Primera División.
Así como existe el caso de éxito de Santacruz, que se
despidió de la categoría de “plata” en la final por el ascenso entre Neza y
Veracruz (perdón, La Piedad, bueno, es lo mismo ¿no?), también están las
historias de las carreras de otros 11 compañeros suyos de generación que nos
fuimos perdiendo en el correr de los torneos. Unos antes, en la misma Tercera
División; otros más avanzados en Segunda (la mayoría), y los más dramáticos,
los que se fueron por cuestiones ajenas a su capacidad, en el umbral de la
Primea División (Luis Manuel Rivera, destinado a ser el mejor asistente de
México en pocos años, que se fue por esas vendetas políticas tan desafortunadas
en la Comisión de Arbitraje, por ejemplo).
Si ser árbitro de cualquier tipo, ya sea aficionado o
profesional, es de lo más complejo que pueda existir, alcanzar la Primera
División es cuestión de mucha capacidad, pero también de mucha suerte y un poquito
más. La carrera de Santacruz, por ejemplo, estuvo a punto de terminar
prematuramente por rencillas con el terror de los silbantes de Ascenso, Gonzalo
González, que se dedicó a tronar a varios, simplemente por el gusto, o más bien
disgusto, de sus capacidades personales, nunca por sus actuaciones dentro de la
cancha. Lo sobrevivió y cumplió la primera parte de sus sueños. Con 32 años,
está en el límite para buscar un lugar en la lista internacional en los
próximos tres años y aspirar a una carrera fuera de nuestras fronteras.
Esperar 12 años para alcanzar la cúpula de cualquier trabajo
podría verse como mucho o poco tiempo, depende del cristal con que se mire. Si
añadimos a la ecuación arbitral que la edad del retiro es 45 años, y no 65 como
en cualquier otro trabajo tradicional, esos dos sexenios persiguiendo la máxima
categoría son una eternidad.
Llegar a la Primera División no significa que ahí se
mantendrá los próximos 13 años. Como en un elevador, para que puedan subir
algunos al piso siguiente, otros se tienen que bajar para hacer espacio. Lo
mismo sucedió en este receso; para que se diera el brinco del “Grillo”, como le
llaman los cuates a Santacruz, tuvo que rodar al menos una cabeza, aunque
fueron más las que se desprendieron y eso lo trataremos en un futuro no muy
lejano.
Para su servidor, miembro de esa generación, ver a un
compañero en Primera División es motivo de felicidad y orgullo por un lado; por
el otro, una mezcla de nostalgia y coraje, por tantas carreras perdidas en el
anonimato, que nunca llegaron a la meta.
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