En las convenciones sociales naturales del pensamiento
humano, lo nuevo regularmente supera a lo viejo. Supone que la evolución de
algo que ya sucedió hace tiempo, marcará un desarrollo en la utilidad o en la
cosmovisión de las cosas. En un montón de situaciones mundiales puede ser
cierto, pero en el futbol y el arbitraje, se echa a tierra toda esa lógica.
Como es costumbre, el mundo del futbol es regido por Europa,
continente que “cariñosamente” llamamos el Viejo Mundo, por sus civilizaciones
premodernas, que dictaron el rumbo de la humanidad en el último milenio. Por
otra parte, el descubrimiento de América suposo un hito en la Historia, y el
mote de Nuevo Mundo fue un paso lógico para su definición. Si consideráramos
que en el futbol lo nuevo superara a lo viejo, estamos muy equivocados.
En los últimos días, hemos estado expuestos a dos
competiciones futbolísticas de índole totalmente dispar. Por un lado, la
espectacular Euro 2012, con selecciones plagadas de estrellas y un cuerpo
arbitral bien capacitado, bien pagado y con un criterio muy avanzado de lo que
es “El Juego del Hombre” (un saludo hasta el Cielo a Don Ángel Fernández). En
la otra cara de la moneda, el inicio de las Eliminatorias de Concacaf, en donde
participan equipos muy modestos, por decirlo de una manera caritativa, y
árbitros de paupérrimo nivel.
En la práctica, los que parecemos del Viejo Mundo somos los
habitantes del lado occidental del Atlántico. Nada de evolución, nada de
espectacularidad y nada de capacitación para sus jueces. Los que han avanzado
notablemente en la escala evolutiva son los europeos, con sus filosofías de
juego limpio, lealtad, hombría y orgullo.
Leí en días pasados, que en la Euro 2012 hay una o dos
jugadas por partido que en nuestro continente nos escandalizan por no ser
castigadas con expulsión, cuando en Polonia y Ucrania, en ocasiones se quedan
con la simple marcación de la falta o amonestación. No se trata de criterio mal
aplicado o capacitación arbitral (salvo los españoles que han demostrado estar
más cerca de América que de Europa), es la concepción que tienen del juego y la
aplicación de sus reglas. En cambio, los jueces americanos no sancionan con
tarjetas amarillas o rojas, jugadas evidentemente desleales y violentas, que no
tienen nada que ver con las patadas y disputas del balón de los europeos. Acá
sí se trata de un tema de incapacidad y falta de valor.
En términos futbolísticos, que se pueden aplicar a la vida
diaria, es cierto que América se caracteriza por la picardía de sus habitantes,
la alegría y el desparpajo. La rigidez europea, la disciplina y demás actitudes
que consideramos “cuadradas”, marcan las diferencias más notables entre
nosotros los “nuevos” y aquéllos los “viejos”. Como ferviente defensor de los
matices en cada aspecto de la vida, ambas regiones deberían contagiarse de lo
bueno de una y otra, para alcanzar un nivel de equilibrio que junte lo mejor de
los dos mundos, aunque por ahora, hay poco que pueda aportar América a Europa.
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