Han terminado los dos torneos estelares de la Liga mX, con
los campeonatos obtenidos por La Piedad y Tijuana, que nuevamente se han visto
manchados por decisiones arbitrales, en medida superlativa por lo que sucedió
en el Juan N. López de La Piedad. La definición del campeón del Apertura 2012
en la Liga de Ascenso tuvo tintes dramáticos, por la avergonzante actuación de
Carlos Martínez Soto, al entregar uno de los peores trabajos de la historia en
fases definitorias de los que tengamos memoria.
Hace unos torneos esto no sucedía, ya que eran árbitros de
Primera División los que dirigían estos encuentros, pero una nueva política de
la Comisión cambió esto, para que fueran árbitros de la categoría los que
actuaran. Ha demostrado ser una postura equivocada, que se debe revisar
inmediatamente.
Francisco Chacón y su equipo tuvieron un poco más de fortuna
en Toluca, aunque queda la mancha a la actuación del guanajuatense por no
sancionar la falta de Gandolfi sobre Sinha con tarjeta roja; vaya, ni la
infracción señaló. Aunque es una decisión muy importante, jugar con un hombre
de más o de menos ha dejado de ser tan trascendente por los nuevos sistemas de
juego, así que no es un motivo por el cual se pueda decir que Tijuana fue campeón
sin merecerlo. La nota sobresaliente se la lleva Salvador Rodríguez Gorrocino,
árbitro asistente número dos, que juzga perfectamente las dos jugadas de los
goles visitantes, en las que se pedía fuera de juego que nunca existe.
Con respecto a la Liga de Ascenso, la Comisión que pretende
dirigir Rafael Mancilla debe considerar seriamente unos cambios en su
clasificación de los árbitros. La gran mayoría de los países del mundo no
distingue de manera tajante entre sus árbitros de Primera y Segunda, y es común
ver árbitros con gafete de FIFA dirigir encuentros de categorías secundarias, y
de la misma manera, novatos que eventualmente reciben oportunidades de arbitrar
en las ligas principales de sus países.
Propongo que en México se debería de adoptar una clasificación
flexible, en la que los árbitros destacados del Ascenso sean promovidos a la
Primera División, pero sin dejar de ser elegibles para la categoría inferior.
De esta manera, sus procesos de incorporación al máximo circuito serían más
estructurados, menos vertiginosos y podrían llevar la experiencia adquirida con
los “grandes”, al momento de dirigir a “los de abajo”.
Para ser más claros, un árbitro que ha sido premiado con la
categoría de Primera División, debería permanecer elegible para el Ascenso al
menos durante cuatro torneos, es decir dos años, y apoyar en partidos
importantes de la campaña regular y en juegos de Liguilla.
Las últimas promociones de silbantes han sido otorgadas a
Arturo Ramos Palazuelos, Óscar Macías Romo, Luis Enrique Santander y Víctor
Bisguerra Mendiola, que de una manera mucho más efectiva hubieran podido
resolver los juegos de esta Final que dejó un campeón de Ascenso con una gran
mancha. También se podrían elegir árbitros que hayan demostrado un nivel
regular en Primera, pero que podrían dirigir con mayor decoro en Segunda, como
Miguel Ángel Ayala, Miguel Chacón, Fernando Guerrero y hasta Miguel Ortega. De
Voldemort Zanjuampa ni hablamos, porque ni en Tercera lo haría bien.
La brecha del nivel futbolístico entre Primera División y
Ascenso se ha estrechado. Muchos equipos buscan la categoría principal con
planteles muy bien armados, con entrenadores de experiencia y mejores
presupuestos que hace algunos años. Aunque el nivel técnico de los jugadores
sigue un pasito abajo, la dificultad de un partido de la extinta Primera A es
prácticamente igual al de la Primera División. Por otro lado, el nivel técnico,
de experiencia y capacitación de los árbitros del Ascenso, es notablemente
inferior al de sus colegas de la planta alta, y no es apto, en una buena
cantidad de ocasiones, a la exigencia de la categoría que ostentan.
Si Rafael Mancilla y su Comisión se mantienen en la postura
de separar árbitros de las categorías principales, seguirán sucediendo
episodios tan penosos como los de Jorge Adán Tonix (caso Cuauhtémoc Blanco),
Mauricio Martínez (batalla campal Tecos-Dorados) y Carlos Martínez (Final de
Vuelta). La solución lógica, de sentido común, es ampliar la baraja y permitir
que los silbantes de Segunda tengan refuerzos de Primera para los juegos más
complicados. No se trata de frenar carreras de los que aspiran a lo máximo,
pero durante este torneo se demostró que dejarlos a la buena de Dios, provoca
que esas mismas carreras se acaben de golpe por una mala dirección de los miembros
de la Comisión.
Otra vez, se habla más de arbitraje que de los campeones. La
Piedad y Dorados fueron salvajamente perjudicados por el arbitraje en la
Vuelta, ya que para ambos lados hubo decisiones trascendentes que cambiaron el
rumbo del juego.
Nuevamente, aunque sin la menor esperanza de que nadie haga
nada, pido que Rafael Mancilla demuestre un poco de dignidad y haga algo
verdaderamente trascendente por el futbol mexicano: Que renuncie, y deje que
alguien que sepa intente rescatar del abismo a nuestro vilipendiado arbitraje,
o por lo menos que se rodee de personas con capacidad para instruir y
capacitar, no como los González, los Trejo o los Gasso.
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